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El chef de la milanesa Ceresio 7 cuenta a través de sus platos un refinado trabajo de investigación sobre el tema. Y los resultados son fabulosos.

Cuando la cocina tiene el deseo, la necesidad y la dignidad de ser, entonces es un sabor nuevo. Cualquiera
que sea el ingrediente y el tipo de viaje prometido, ese plato se manifiesta como una experiencia efectiva.
Eficaz porque tiene la capacidad de producir un efecto, eficaz porque es capaz de cumplir una expectativa.
Sin embargo, para ser tal y satisfactoria, la experiencia debe aceptar la provocación de una inmersión total
sí en los sabores, pero también en los demás matices que le da el lugar.
La suma de estas adiciones será la atmósfera adecuada, la que buscamos, la que para nosotros se convierte
en el lugar a perseguir porque es capaz de detener el tiempo de nuestras apretadas agendas.
Ceresio 7 es exactamente eso. Un lugar donde la elegancia nunca está lejos. Un ambiente ligeramente retro
que, sin caer nunca en lo kitsch, nos traslada al estilo neoyorquino de los años 40.
Una mantelería sencilla y minimalista, un servicio atento pero no intrusivo hacen de este restaurante un
destino predilecto para aquellos que quieren divertirse en la mesa. Y es aquí donde tiene lugar el
cumplimiento de la promesa de Elio Sironi.
Elio Sironi, el chef que dirige Ceresio 7 presente en les Collectionneurs también en la última edición, traza
un camino del gusto con el que pone su mano y su investigación en una cocina de frontera. No de
horizontes, lugares o ingredientes, sino de una posibilidad más que se realiza en el medio, aterrizando en
desafíos que ganan en sus sabores.
Su plato es un juego y comerlo es participar activamente en el juego. En otras palabras, está lleno de
diversión. Y es divertido dejar texturas (que quedan bien definidas) en un segundo plano para sentir en
boca la valentía de Elio, el trasfondo de su cocina, la sabia dosis de acidez que distingue a cada uno de sus
platos.
La belleza de Sironi no es un lugar, sino un pasaje.
A través de los mundos que lleva en el bolsillo, a través de los recorridos por lugares en los que dejó su
firma, a través de la concreción y el desafío que propone en los platos.
Porque si a menudo se puede ver la bottarga, Sironi la corta en rodajas en su tartar de serviola, sin duda
creando un formidable umami. Así como toda la carta, donde el pulpo es a la diabla y el cerdo una pluma. El
elemento mediterráneo sigue siendo el leitmotiv de la propuesta de Elio Sironi, pero eso no le impide
inventar su sorpresa.
Y este es su toque, su autenticidad.
En un Milán que desafía al cielo, Ceresio 7 es su isla que no existe.

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